martes, 23 de diciembre de 2014

LA NAVIDAD TRADICIONAL EN EL PARQUE CULTURAL DEL RÍO VERO. PARTE II.


Los niños de la casa golpeaban la toza con estenazas o baras al grito de ‘Zurrón, zurrón cagarás turrón’. Como por arte de magia, de las oquedades del tronco salían pequeños presentes (si la casa era pudiente), turrón, nueces, monedas, peladillas, chocolate...
La toza quemaba hasta Año Nuevo o incluso el día de Reyes. Pero solo si la casa era grande y contaba con una cocina amplia donde la gran tronca no molestase.
La ceniza generada por la combustión de la toza, no se tiraba pues le atribuían propiedades mágicas. Con ella se abonaban los campos y así se aseguraban una buena cosecha, curaban el piojillo a las gallinas o conseguían un blanco extraordinario en las coladas.
Este rito ancestral tenía como fin último la conservación de la casa, su permanencia al convertir el árbol en ceniza y ésta en el fertilizante que traería nueva vida a los campos.
La Nabidá de antaño era una celebración íntima, familiar. La cocina era el centro de la celebración, allí se comía, se bebía, se contaban historias… Niños, adultos y viejos se reunían sentados en las cadieras alrededor del hogar.
En la medianoche del 24 de diciembre se acudía a la Misa del Gallo. Nadie faltaba. Los feligreses llegaban a la iglesia entonando villancicos y tocando la guitarra. En esa noche mágica, durante la Eucaristía, era cuando las brujas hacían pillerías por las casas a sabiendas de que toda la familia estaba fuera.
Al regresar de Misa, se comía y bebía copiosamente: pan, torta, pastillo, poncho, billotas, cerollas, figas, pansas, nueces, orejones, cirgüellos, ugas
El día de Navidad se celebraba con una gran comida: pollos, perdices, cordero, palomo, conejo… llenaban las mesas de todas las casas.