La Navidad forma parte del
propio ciclo vital del hombre así como del agrícola. El 21 de diciembre, tras días
de escasas horas de luz, llega el solsticio de invierno: el día empieza a
alargar, el sol vence a la
oscuridad. El ser humano sabe que sin la luz solar ni sus
campos, ni él mismo podrían sobrevivir. Por ello ayuda al astro rey a ganar
minutos a la noche. Así
pues, llega el momento de encender la toza o tronco de Navidad. En algunos de nuestros pueblos se conocía también como zoca, tizón, troncada o corniza.
La tradición de la toza conllevaba todo un ritual que
escondía un universo mítico y mágico. La primavera anterior, cuando se había hecho
leña, se reservaba el tronco más grueso (normalmente de olivo).
En la noche de Nochebuena, antes de cenar, se colocaba en el hogar. Se bendecía (normalmente el caganiedos o niño más pequeño de la familia) con anís o
vino en nombre del Niño Jesús que iba a nacer esa noche santa. La bendición
solía hacerse al regreso de la Misa del Gallo.
Recreación de la toza de Navidad. Ilustración A. Subías